ECONOMÍA Y SOCIEDAD


CAMBIOS EN EL MUNDO DEL TRABAJO

INTRODUCCIÓN

La entrada de los franceses en España provocó una crisis política muy importante. El 9 de febrero de 1808 el general Philippe Guillaume Duhesme, a la cabeza de los ejércitos napoleónicos entró en Cataluña por la Jonquera y después de una rápida campaña entró en Barcelona a mediados de febrero.

Después de la abdicación de Carlos IV y de su hijo Fernando VII, la corona española cayó en manos de Napoleón, el cual se impuso por la fuerza. Además, por una parte surgió un posicionamiento claro del clero frente al anticlericalismo que representaba Napoleón y las ideas propias de la Revolución Francesa y, por otra, una posición también contraria a los franceses desde los gremios pues estos les habían cerrado el próspero mercado americano. Este corte en las exportaciones americanas creó una crisis económica muy grave que ayuda a entender la rebelión contra los franceses.

Los jornales de la época, dentro de una gran penuria económica, oscilaban entre 4 y 5 reales. El trigo se cotizaba a 20,50 pesetas la cuartera; las judías a 26 pesetas la cuartera; el arroz a 37,35 pesetas el quintal; la carne de cerdo a 16 pesetas la cuarta. Años después, en 1809, el porrón de vino estaba a cuatro cuartos (13 céntimos de peseta); la docena de huevos a 1 peseta; la libra de atún a 18; la libra de arroz a 14; la libra de fideos a 12; la libra de tomates a 3; los pimientos a 3 el cuarto. Ya en 1813, el trigo se cotizaba a 18 duros la cuartera; el maíz y la cebada en 13 duros. La situación era tan dramática y llegó al extremo de haberse de repartir la sopa a los obreros sin trabajo, que llegaron al número de 900 en Igualada. En Manresa, se repartieron entre 3.400 y 3.500 raciones diarias de "sopa económica".

ANTECEDENTES: UN POCO DE HISTORIA ECONÓMICA

La fabricación de tejidos de lana en el Vallés viene de antiguo. A partir de 1733, y durante la segunda mitad del siglo XVIII se entró en una fase de expansión de la demanda, impulsada tanto por la ampliación del mercado peninsular como por la apertura de los mercados americanos para el aguardiente y los textiles catalanes. Ese crecimiento propició que algo se moviera en el tradicional mundo cerrado de los productores y sus unidades de producción.

La industria textil tradicional se basaba en unidades de producción domésticas, y el sistema de fabricación estaba basado en la organización gremial.

Las normativas gremiales impedían la subordinación del trabajo y la formación de la empresa moderna, entendida como centro de articulación de factores diferenciados: capital y trabajo.

Los paraires formaban la clase dominante y conservadora. En cuanto a la fabricación de tejidos procedían como agentes: ponían la materia prima y, cuando fue necesario, también los locales; además, gestionaban el negocio; diversos artesanos que trabajaban a cuenta suya controlaban las diversas fases del proceso de fabricación y verificaban los parámetros de calidad, forma y cantidad reglamentados por los gremios. Este gremio de Paraires, fundado en 1559, estaban regidos por una serie de rígidas leyes y reglamentos que aglutinaban todo el estamento, le conservaban los privilegios y le preservaban de cualquier competencia o injerencia exterior (nuevos empresarios, novedades en los géneros fabricados, o en el proceso de fabricación).

Pero poco a poco los tejedores, maestros artesanos, reclamaron a los paraires primero la facultad de tejer a cuenta personas foráneas, luego, la posibilidad de tejer por cuenta propia y, finalmente, la potestad de fabricar, no los géneros establecidos en las ordenaciones, sino los que tenían más posiblidades de venderse. Es decir, comenzaba a esbozarse un proyecto de libre empresa de cariz capitalista.

Los tejedores fueron logrando sus pretensiones, por lo que fueron desplazando y desdibujando a los paraires, que cada vez tenían una función menos clara. En los años siguientes, cuando llegaron a controlar todo el proceso, cambiaron el nombre de Gremi de Paraires por el de Gremi de Fabricants, cosa que refleja el orgullo y la satisfacción de su victoria sobre los paraires.

Esta nueva clase de tejedores-fabricantes fue poco a poco superando el sistema artesanal que seguían los paraires y acabaron imponiendo la formación del sistema capitalista moderno de producción, es decir, utilizando el trabajo asalariado y en lugares de trabajo amplios - las típicas quadras -, dejando atrás las unidades familiares de producción: el máximo de mano de obra y el máximo de máquinas posible.

Estas aspiraciones de los nuevos fabricantes no se vieron, sin embargo plenamente realizadas, pues prosiguió la fragmentación empresarial, que era lo tradicional y sobre todo, no había capital suficiente en esa primera época para habilitar grandes fábricas, pues el ya señalado crecimiento de la demanda y el consiguiente aumento de beneficios no se tradujo en una inversión en la ampliación de las fábricas, sino, sobre todo, en la adquisición de fincas rústicas.

Por otra parte, esta creciente demanda lanera entorpeció que en Sabadell se introdujera a primera hora la industria del algodón, producto con una expansión imponente; cuando se introdujo, más tardíamente que en Terrassa e Igualada, su competencia en la vecindad, favoreció la inversión de capitales de la gran burguesía y una sistematización industrial más amplia y más moderna que la de la lana.

A esta nueva burguesía del tejedor-fabricante, se añadieron la de las papeleras y algunos comerciantes, aunque la mayoría de ellos permanecieron inmovilistas.

HACIA LA LIBERTAD DE FABRICACION

Dos factores contribuyeron decisivamente al crecimiento de la demanda.

En 1765 se anuló la legislación de Isabel la Católica, que privaba a los catalanes de comerciar con América; además, se canceló el impuesto de la "Bolla", derecho que únicamente se pagaba en Catalunya, y que consistía en el gravamen de un 15% sobre la venta al menudeo de tejidos de lana y seda.

El consiguiente auge comercial catalán repercutió en todo el sistema, e incluso fue favorecido por una inusitada apertura comercial del mercado de Madrid.

La presión de la demanda obró a favor de la publicación de la Real Cédula de 1789, que otorgaba libertad de fabricación de cualquier paño de lana, de medida, procedimiento y forma, sujetando a la inspección sólo a aquellos tejidos que se hicieran a la manera de los antiguos.

Así, según Bosch i Cardellach, se comenzaron a fabricar, a partir de 1790, nuevas especies de "los dits bayetons, que no requereixen tant aparell, ab los que apar que nostres fabricants guañan bastants diners", pudiendo masificar la producción para la constante demanda de la América colonial.

De modo que la producción y los beneficios se dispararon, tanto en tejidos de lana, como de algodón y cáñamo.

REGRESIÓN DE LA LANA, AUMENTO DEL ALGODÓN

A partir de la segunda guerra contra Inglaterra (1796-1801), el bloqueo marítimo que impusieron los ingleses supuso casi la desaparición del comercio, incluso el de contrabando, que se realizaba en los mercados de Indias. Los fabricantes dejaron de producir "bayetons" y se cerraron fábricas. De modo que ya a finales de 1797 había en Sabadell 290 operarios dedicados a la lana y 51 dedicados al algodón. En agosto del año siguiente, los fabricantes de algodón "casi ocupaban tanta gente como los de lana", y en 1801 el algodón ya ocupaba el doble de operarios que la lana.

Escribe Linares, un estudioso del tema: "Es decir que el barcelonés suministra materias primas y asistencia técnica al sabadellense, y este debe trabajar para sí y para el barcelonés. Las ganancias del sabadellense dependerán, claro está, de lo que trabaje, porque normalmente hay un previo acuerdo entre las dos partes: el sabadellense recibirá un tanto por ciento de las ganancias totales. Eso es lo que ocurre, y a partir de ahí se puede empezar a comprender el predominio del algodón a principios del XIX en Sabadell, a pesar de que esta villa siempre se había dedicado a los artículos de lana. La seguridad de trabajo que representa la alianza del sabadellense con el barcelonés es lo que origina este cambio".

LIBERTAD DE TRABAJO

La guerra contra la ocupación frenó ostensiblemente toda la industria lanera sabadellense, si bien en esa etapa se plantan los cimientos para la maquinización de la industria, mientras que la organización del trabajo basada en los gremios sufrió un golpe de muerte con el decreto que promulgaron las Cortes de Cádiz el 8 de junio de 1813, por el cual era otorgada la libertad absoluta a la organización del trabajo, concediendo a todo individuo el derecho de ejercer libremente cualquier oficio sin necesidad de pertenecer a ningún gremio. Decretos posteriores intentaron diluir esta medida, pero fueron ineficaces. Los gremios y las cofradías quedaron definitivamente postergados.

SITUACIÓN DE LOS "MISERABLES"

Durante las primeras décadas del siglo XIX, las condiciones generales de los asalariados de las fábricas eran muy penosas. La jornada laboral estaba frecuentemente por encima de las 100 horas semanales, con jornadas que fácilmente alcanzaban o superaban las 16 horas diarias y habitualmente incluían los domingos. Muchos de los obreros de las fábricas y los molinos de papel, industria importante en Sabadell en ese tiempo, vivían en los mismos locales donde trabajaban, con un régimen de trabajo de forzados. Se hallaban bajo la dirección de un mayordomo del "amo" con funciones de carcelero. Los molinos papeleros utilizaban a niños de seis y hasta de cinco años, que, completamente desnudos, se ocupaban de limpiar calderas; en el invierno quedaban morados de frío. Abía mucha mortandad y era corriente que muchos obreros no pasaran de los 35 años.

Las obligaciones del amo hacia su asalariado se limitaban al trato de "jornal hecho, jornal pagado. Por tanto, el obrero dependía, para su supervivencia y la de los suyos, de que hubiera trabajo, y de que estuviera sano - él y los suyos -. En suma, se hallaban sin protección. Era analfabeto total y, desde luego carecía de recursos o bienes, por lo que tenía muy limitados los precarios derechos civiles. Por eso se le llamaba, no proletario y obrero, sino "miserable".

Los jornales no alcanzaban para cubrir las necesidades mínimas de subsistencia de una familia, a no ser los jóvenes sin cargas familiares. Por eso había hambre crónica entre la mayoría de los "miserables". Además, el peso de los impuestos recaía, en gran medida, en ellos, pues las nuevas contribuciones gravaban sobre todo los productos de primera necesidad (pan, aceite, sal...). A su lado, los grandes propietarios, terratenientes o fabricantes, tenían muchos recursos y mil maneras de escamotear impuestos, mientras el clero estaba exento de muchos impuestos y servicios y era, además, beneficiario de muchos privilegios.

LAS PRIMERAS SOCIEDADES OBRERAS

La libertad de trabajo decretada en Cádiz condenó a la desaparición a las antiguas formas de organización laboral. Poco a poco van planteándose reivindicaciones por parte de los asalariados , relacionadas al principio con ayudas a enfermos y necesitados. Son los primeros pasos que desembocarán, más adelante en los sindicatos (a partir de 1848) y en la seguridad social. Pero hasta que ésta llegara, la Iglesia, a partir de las cofradías y los patrocinios, llevaba a cabo una cierta labor social en la comunidad.

Al amparo de los clérigos ilustrados, las cofradías se irán convirtiendo en "hermandades", que fueron apareciendo en los últimos años del siglo XVIII. La labor de estas hermandades de ayuda mutua irá derivando hacia acciones más reivindicativas.

Pero entretanto, el peso de la Iglesia y su liturgia era determinante en las comunidades. Valga de ejemplo la existencia de 14 cofradías en la Sabadell de la época, siete de "devoción" y siete gremiales.

EL IMPACTO DE LA GUERRA DEL FRANCÉS EN LA INDUSTRIA TEXTIL LANERA DE SABADELL Y TERRASSA


En el siglo XVIII, Sabadell y Terrassa fueron uno de los escenarios -el otro es Igualada- de la transición de la industria textil tradicional a la industria moderna. Nos referimos, claro, a la industria antes de la industrialización. El textil tradicional se basaba en unidades productivas domésticas, y, además, el proceso de producción estaba fijado por el sistema gremial. Las normativas gremiales impedían la subordinación del trabajo y la formación de la empresa moderna, entendida como centro de articulación de factores diferenciados: capital y trabajo. En la industria moderna, aunque el proceso productivo era todavía disperso, las unidades domésticas se supeditaban a las exigencias del empresario capitalista. La innovación radicaba en el desmantelamiento de los gremios, en la libertad de organizar el sistema productivo, en la subordinación del trabajo...

En la industria lanera catalana este cambio se centró en los tejidos de calidad mediana y alta, y la ubicación geográfica es el resultado de una confrontación social que se saldó a favor de los que abogaban por la transformación del sistema productivo.

En Igualada y Terrassa, este cambio fue muy precoz y radical, mientras que en Sabadell se mantuvo más tiempo la organización productiva tradicional.

LOS EFECTOS DE LA GUERRA EN LA INDUSTRIA TEXTIL DE SABADELL Y TERRASSA


Para el textil vallesano, el año que precedió a la guerra se caracterizó por una crisis mercantil generalizada, en la cual el colapso del comercio exterior sólo fue una causa indirecta, ya que el mercado colonial era muy poco relevante en la industria lanera. Los perjuicios causados por las dificultades del comercio colonial en otros sectores productivos y de servicios se sumaron a los estragos de las crisis agrarias que sacudían la península desde finales del setecientos. Los comerciantes de tejidos no vendían lo que habían adquirido y, por lo tanto, no saldaban sus deudas con los fabricantes. Durante los primeros meses de 1808, comenzaron a cerrar fábricas en Sabadell y Terrassa, mientras que la presencia de tropas francesas en Barcelona incrementaba la inseguridad creada por la crisis económica. A pesar de la rebaja de los precios de los tejidos, los fabricantes no conseguían sacar los estocs que se acumulaban en los almacenes.

Con el estallido de la guerra, la crisis inicial adquirió catastróficas dimensiones. Como otras villas catalanas, Sabadell y Terrassa hubieron de afrontar una desarticulación total de los mercados y de las redes mercantiles, la escasez de las materias primas, la brutal caída de la producción, la hecatombe demográfica de 1809, las destrucciones causadas por las tropas francesas, la extorsión fiscal permanente...

Para las villas como Sabadell y Terrassa, donde la mayor parte de la población obtenía los ingresos básicos de la producción textil, la paralización de la industria significaba la generalización de la miseria, agudizada tras las ocupaciones francesas de esas poblaciones del Vallés, de las que se llevaron casi todas las reservas alimentarias. Así lo describe un testimonio: " Desocupada Terrassa por los franceses regresaron sus habitantes la mayor parte hechos unos miserables. Hubo gran escasez de comestibles y los pocos que había estaban carísimos, en términos que una cuartera de trigo valía 20 duros y un porrón de vino 28 cuartos, guardando esta relación todos los demás artículos, lo que acompañado de los consiguientes sustos, por los tristes acontecimientos, desarrolláronse enfermedades tifódicas, que produjeron estragos entre aquellos vecinos".

La crisis demográfica revistió las dimensiones de una verdadera hecatombe. Según el testimonio anterior "murieron durante aquel funesto período de once a doce cientas personas", y Joaquím Sagrera escribía a finales de la primavera de ese año 1809: "En nuestra Patria (Terrassa) no queda gente, pues en tres meses se experimenta faltan 900 almas (de poco más de 4000)." En esa población, los muertos de la población en 1809 equivalían al 21% de la población total de 1802. En Sabadell, que registraba una presencia más frecuente de las tropas francesas, la crisis demográfica no fue tan considerable.

La destrucción de utillaje e instalaciones industriales causadas por la guerra en ambas poblaciones fue notable, dejando con frecuencia sólo los inmuebles, y a veces ni eso. Asimismo, la hecatombe demográfica no excluyó a los fabricantes, lo que no debe subestimarse, pues en muchos casos el heredero no estaba aún en condiciones de tomar el relevo.

Después del impacto de las primeras ocupaciones, los fabricantes intentaron reanudar la producción, pero las materias primas de procedencia colonial -algunos tintes- escaseaban y las lanas castellanas y aragonesas no llegaban. También fue preciso recurrir a los puertos francos -Cádiz, sobre todo-, para la provisión de lanas. Por otro lado, la fuerza de trabajo disponible era insuficiente, a causa de la crisis demográfica y de la movilización militar. En enero de 1811, comisionados del gremio de fabricantes de Terrassa, Sabadell, Esparraguera, Olesa, Monistrol de Montserrat e Igualada pidieron a la Junta Suprema de Catalunya el mantenimiento de sus privilegios y las exenciones relativas al servicio de armas, así como el regreso a casa de los operarios tejedores, que habían sido alistados de acuerdo con el reglamento del 30 de julio de 1810, "por la quasi absoluta imposibilidad en que se hallan de poder continuar la fabricación por falta de operarios..."

La presencia militar francesa también obstaculizaba la producción. En junio de 1811, Sagrera contaba 47 correrías del ejército francés a través del Vallés. Ante las nuevas ocupaciones de Terrassa y del recurso de los franceses a tomar rehenes para extorsionar fiscalmente a las poblaciones, los fabricantes egarenses optaron por abandonar la villa, y, a partir de 1813, deslocalizaron incluso las fábricas, trasladando a los operarios. En los seis años que van de 1808 a 1814 (excepto 1809, del que no tenemos datos), la producción de tejidos de Terrassa equivalió al 38% de la producción realizada en el sexenio anterior.

Aunque los fabricantes se mantuvieron firmes en las posiciones antifrancesas, no emplearon muchas energías en la actividad político-militar. Entre los jefes de los somatenes sabadellenses destacaban sobre todo los campesinos, y sólo hemos encontrado un fabricante de una familia importante, pero venida a menos: Josep Casalí. La figura más mítica de la lucha antinapoleónica en Terrassa, Joaquím Sagrera, no tomó las armas hasta después de la caída de Tarragona, aunque antes había equipado las tropas y había dirigido un hospital militar. Pero su trayectoria no esconde la poca actividad de los otros fabricantes, y él mismo, a raíz de las vicisitudes sufridas cuando le capturaron los franceses, escribió que "lo que más he sentido ha sido darme las nalgas todos los amigos y en particular los patricios..." En cualquier caso, el interés particular de los fabricantes de limitarse a la actividad económica coincidía con el de las autoridades españolas para evitar la desocupación y garantizar el suministro de ropa para el ejército.

Por encima de las contingencias descritas, el factor más decisivo en el desplome de la producción fue la dislocación de los mercados y de las redes comerciales. El primer paso en la desarticulación de los mercados fue, desde el comienzo de la guerra, la ocupación de Barcelona por los franceses y el bloqueo subsiguiente que sufrió el puerto por parte de los aliados. Barcelona dejó de ser, al menos para la producción textil, el centro básico de redistribución, y además una buena parte de la clase mercantil de la ciudad emigró pronto hacia territorios libres (Vilanova, Tarragona, las Baleares, Cádiz...). Los fabricantes hubieron de de buscar nuevos puertos de expedición (Vilanova, Tarragona...) y también nuevos mercados (las Baleares, Cádiz, las colonias...) para dar salida a la producción acumulada desde 1807. Sin embargo, el acceso a los mercados del resto de la Península también estaba obstaculizado y su capacidad de consumo muy disminuida a causa de la crisis bélica. Los mercados de las colonias tampoco estaban en las mejores condiciones para adquirir o pagar la producción peninsular a causa de la rebelión independentista. Varias fábricas vallesanas colapsaron a causa del impago de las colonias.

La paralización de Barcelona obligó a los fabricantes, a pesar de la severa contracción de la demanda, a llegar directamente a los minoristas y, por tanto, a ampliar su red comercial. Los únicos datos de que disponemos, los de la fábrica de Antón y Joaquím Sagrera, evidencian que esta casa realizó ventas a quince poblaciones catalanas en los siete años comprendidos entre 1800 y 1806, mientras que durante el sexenio 1808-1814, lo hizo en veinticuatro. Aunque con unos niveles de venta muy por debajo del período prebélico, la ampliación geográfico de la red mercantil significó, para esta fábrica, la apertura de contactos con comarcas hasta entonces comercialmente inéditas: el Maresme, el Garraf, el Penedés, el Montsiá, el Pallars...Por otro lado, y a causa de la anormalidad del comercio catalán en esos años, también aumentó el número de comerciantes que acudían a comprar directamente a la fábrica. A pesar del desplome brutal de la producción, la guerra tuvo esos efectos paradójicamente expansivos.

CRISIS ECONÓMICA Y POLARIZACIÓN SOCIAL

La conmoción de 1808-1814 no puede contemplarse sólo desde la perspectiva de la fabricación y de la comercialización, ya que subestimaríamos otros efectos de la crisis que incidieron sobre los grupos sociales vinculados a la producción textil. A lo largo del siglo XVIII los fabricantes se afirmarían como el grupo social dominante en estas poblaciones y desplazarían paulatinamente a los campesinos acomodados. Aunque no eran grandes propietarios, los fabricantes tendieron a incrementar el patrimonio inmueble. Por otra parte, el desarrollo de la industria textil significó el crecimiento - acompañado de la disminución de su autocontrol sobre la producción - de la fuerza de trabajo de los oficios textiles, caracterizado por un acceso muy precario a la propiedad inmueble. La crisis bélica de 1808-1814 incidió plenamente en el proceso de configuración de estos grupos sociales, ya que aceleró la consolidación de los fabricantes como clase propietaria e hizo aún más difícil el acceso a la propiedad para los grupos subalternos.

La miseria que provocó la guerra, sobre todo a partir de 1809, causó una movilización significativa de recursos crediticios y patrimoniales para afrontar las necesidades más imperiosas, como evidencian múltiples testimonios. Tal movilización implicó una transferencia notable de recursos en detrimento de los menos favorecidos y hacia ciertos grupos acomodados, y, particularmente, hacia fabricantes textiles, tal como evidencia el análisis de las compra-ventas a carta de gracia y perpetuas durante el período 1807-1816 en Terrassa. (ver Benaul, JM, op. Cit.).

Aunque la producción registró un desplome espectacular, los fabricantes fueron capaces de sustituir algunos de los mercados desarticulados a causa de la guerra. Es cierto que en algunos casos se trataba de sustituciones coyunturales (las ventas hechas a Cádiz y Baleares). En otros casos, sin embargo, aunque se comercializaron cantidades pequeñas, los fabricantes conectaron directamente con nuevas plazas comerciales que, después de la guerra, permanecieron unidas a la red comercial de las empresas. La regresión de la actividad fabril provocó entre los fabricantes más importantes una inmovilización de capital, ya que, a causa de la guerra, no podía destinarse ni a la actividad mercantil ni a otras actividades industriales. Las dificultades que la guerra causó en muchas economías, sobre todo en ciertos sectores del campesinado y de las clases subalternas, ofrecían una posibilidad de inversión en propiedades inmuebles vendidas a causa de la crisis. A tenor de las características sociales de los vendedores y los compradores, la guerra empobreció más a las clases subalternas y fortaleció más a los fabricantes. Desde ese punto de vista, pues, la guerra potenció claramente el cambio social.

Las destrucciones causadas por la guerra no se han de sobrevalorar y aún tiene menos sentido atribuirlas a una estrategia de los invasores franceses y los aliados británicos para destruir la industria textil catalana. El capital fijo en una industria básicamente no mecanizada representaba una parte pequeña del capital total y era fácilmente reemplazable. La guerra no frenó el cambio tecnológico iniciado en los primeros años del siglo. A inicios del otoño de 1814, dos fabricantes de Terrassa marchaban a Francia "para ver la máquina de hilar que hay allí", y en 1815, dos prisioneros de la misma población, Antoni Petit y Joan B. Vendrell, que habían sido deportados a la ciudad textil de Sedán, introdujeron la primera máquina "d'abaixar".

El descenso demográfico hubo de limitar a corto plazo la disponibilidad de fuerza de trabajo, al menos hasta la ayuda de la inmigración. Este hecho constituía un incentivo más para la mecanización de la industria.

Por otro lado, dada la escasa relevancia del mercado colonial para los tejidos vallesanos, la pérdida de las colonias americanas no incidió ni en la demanda ni en la comercialización de empresas tradicionalmente orientadas hacia el mercado peninsular.

La conclusión final, derivada de todo lo expuesto, es que determinados efectos de la guerra favorecieron, más que entorpecieron, el camino de la industria lanera moderna hacia la industrialización.

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